lunes, 10 de marzo de 2014

La joya más bella del mundo


Sin que Beren lo esperara, ella regresó al sitio donde él estaba sentado en la oscuridad, y hace ya mucho en el Reino Escondido puso su mano en la de él. En adelante vino a verlo con frecuencia, y se paseaban secretamente por los bosques desde la primavera hasta el verano; y ningún otro de los Hijos de Ilúvatar tuvo alegría tan grande, aunque el tiempo fue breve.

Pero Daeron el Bardo también amaba a Lúthien y espió sus encuentros con Beren, y los denunció a Thingol. Entonces el rey se llenó de enojo, porque amaba a Lúthien más que a ninguna otra cosa, poniéndola por encima de todos los príncipes de los Elfos; mientras que a los Hombres mortales ni siquiera los tomaba como sirvientes. Por tanto, le habló a Lúthien con pena y asombro, pero ella no quiso revelarle nada, hasta que él le juró que no haría morir a Beren ni lo tomaría prisionero. Pero envió a unos sirvientes a que se apoderaran de él y lo condujeran a Menegroth como a un malhechor; y Lúthien se anticipó, y llevó ella misma a Beren ante el trono de Thingol como si fuera un huésped honorable.

Entonces Thingol miró a Beren con desprecio y enfado; pero Melian guardaba silencio. —¿Quién eres —preguntó el rey—, que llegas aquí como un ladrón y te aproximas a mi trono sin ser invitado?
Pero Beren, atemorizado, porque el esplendor de Menegroth y la majestad de Thingol eran muy grandes, nada respondió. Por tanto, Lúthien habló y dijo: —Él es Beren hijo de Barahir, señor de los Hombres, poderoso enemigo de Morgoth; la historia de sus hazañas se canta aun entre los Elfos.

—¡Que sea Beren quien hable! —exclamó Thingol—. ¿Qué quieres, desdichado mortal, y por qué motivo has abandonado tu tierra para entrar aquí, lo que está prohibido a tus iguales? ¿Puedes dar una razón por la que no deba imponerte un severo castigo por tu insolencia y tu locura?

Entonces Beren, levantando la cabeza, contempló los ojos de Lúthien y luego miró también a Melian; y le pareció que le ponían palabras en la boca. Perdió el miedo y recuperó el orgullo de la más antigua casa de los Hombres; y dijo: —Mi destino, oh rey, me condujo aquí, a través de peligros que aun pocos de entre los Elfos se atreverían a afrontar. Y he encontrado aquí lo que en verdad no buscaba, pero que ahora quiero tener para siempre. Porque está por encima de la plata y el oro, y ninguna joya se le iguala. Ni la roca, ni el acero, ni los fuegos de Morgoth, ni todos los poderes de los reinos de los Elfos me separarán del tesoro de mis deseos. Porque Lúthien, tu hija, es la más bella de todas las Criaturas del Mundo.

Entonces un grave silencio pesó en el recinto, porque los que allí se encontraban estaban asombrados y asustados, y creyeron que Beren sería muerto. Pero Thingol habló con lentitud diciendo: —Con esas palabras te has ganado la muerte; y la obtendrías en seguida, si yo no hubiera hecho un juramento apresurado; de lo que estoy arrepentido, mortal de bajo nacimiento que has aprendido a arrastrarte secretamente como los espías y esclavos de Morgoth.

Entonces le respondió Beren: —La muerte podéis darme, la haya yo ganado o no; pero no soportaré que me llaméis de bajo nacimiento, ni espía, ni esclavo. Por el anillo de Felagund, que él mismo dio a Barahir, mi padre, en el campo de batalla del Norte, mi casa no se ha ganado epítetos tales de Elfo alguno, sea él rey o no.

Las palabras de Beren eran orgullosas y todas las miradas se fijaron en el anillo; porque lo sostenía en alto, y en él resplandecían las joyas verdes que los Noldor habían inventado en Valinor. Porque este anillo era como dos serpientes gemelas con ojos de esmeralda, y encima de las cabezas había una corona de flores de oro, que una de ellas sostenía y la otra devoraba; ésa era la insignia de la casa del Finarfin. Entonces Melian se inclinó hacia Thingol, y en un susurro le aconsejó que se tranquilizara. —Porque no serás tú —le dijo— quien dé muerte a Beren; y lejos y libre irá guiado por el destino antes de que le llegue el final; no obstante, ese destino está unido al tuyo. ¡Haz caso!

Pero Thingol miró en silencio a Lúthien, y pensó en su corazón: "Hombres desdichados, hijos de pequeños señores y reyes de corta vida, ¿ha de poner alguien semejante las manos en ti, y sin embargo seguir con vida?". Entonces, rompiendo el silencio, dijo: —Veo el anillo, hijo de Barahir, y entiendo que eres orgulloso y crees tener mucho poder. Pero las hazañas de un padre, aun cuando estuviera a mi servicio, no bastan para ganar a la hija de Thingol y Melian. ¡Escucha ahora! También yo deseo un tesoro al que no tengo acceso. Porque roca y acero y los fuegos de Morgoth me apartan de la joya que querría poseer en oposición a todos los poderes de los reinos de los Elfos. No obstante dices que tales impedimentos no te amilanan. ¡Haz pues como lo propones! Tráeme en la mano uno de los Silmarils de la corona de Morgoth; y entonces, si así ella lo quiere, Lúthien podrá poner su mano en la tuya. De ese modo tendrás mi joya; y aunque el destino de Arda esté ligado a los Silmarils, me tendrás por generoso.

De esta manera forjó el destino de Doriath y quedó atrapado en la Maldición de Mandos. Y quienes lo escucharon, advirtieron que Thingol, aunque renunciaba al juramento, lo mismo mandaba a Beren a la muerte; pues sabían que todo el poder de los Noldor, antes de que se quebrantara el Sitio, no había valido ni siquiera para ver desde lejos los relumbrantes Silmarils de Fëanor. Pues habían sido engarzados en la Corona de Hierro, y en Angband se estimaban por encima de toda riqueza; y en torno estaban los Balrogs, e innumerables espadas, y fuertes rejas, y muros inexpugnables, y la oscura majestad de Morgoth.

Pero Beren rió. —Por bajo precio —dijo— venden a sus hijas los reyes de los Elfos; por gemas y por cosas de artesanía. Pero si ésta es vuestra voluntad, Thingol, la cumpliré. Y cuando volvamos a encontrarnos, mi mano sostendrá un Silmaril de la Corona de Hierro; porque no veis por última vez a Beren hijo de Barahir.

Entonces miró los ojos de Melian, que nada dijo; y se despidió de Lúthien Tinúviel, e inclinándose ante Thingol y Melian, apartó a los guardianes que lo rodeaban y partió solo de Menegroth.
Entonces, por fin habló Melian, y dijo a Thingol: —Oh, rey, has concebido un plan astuto. Pero si mis ojos no han perdido la vista, será para tu mal, no importa que Beren fracase en su cometido o lo lleve a cabo. Porque has condenado a tu hija o te has condenado a ti mismo. Y ahora Doriath está sometida a los hados de un reino más poderoso.

Pero Thingol contestó: —No vendo a Hombres o Elfos lo que amo y estimo por sobre todos los tesoros. Y si hubiera esperanza o temor de que Beren volviera vivo a Menegroth, no contemplaría otra vez la luz del cielo, aunque yo lo haya jurado.

Pero Lúthien calló, y desde esa hora no volvió a cantar en Doriath. Un silencio profundo se hizo en los bosques, y las sombras se alargaron en el reino de Thingol.

El Silmarillion, J. R. R. Tolkien, editado por Christopher Tolkien, 1977